Más allá, siempre más allá… hasta que deja de haber más allá y entonces los hombres rebotan. César Aira, La costurera y el viento

 

Encadenaré mis reflexiones para refrendar una posición, adelantada 6 años ha[1], en relación a la provocadora tesis de Freud (1919) de que la vida es un largo rodeo que culmina en la muerte, que la vida no es otra cosa que una pasión predestinada a “retornar a lo inanimado”, a la materia inerte que estuvo en el punto de partida. No seguiré en este punto a Freud a la hora de rendir nuestro merecido homenaje a su obra, hoy centenaria, inmortal, animadora de nuestros discursos. Aspiro a marcar una diferencia después de reconocerlo como gatillo que dispara estas reflexiones. Desde ya: inmortal, animadora son dos epítetos que elijo para marcar una distancia de la muerte y del “retorno a lo inanimado”. Eso, sin desmentir a Freud; con la aspiración de ir “más allá”. Veremos.

El discutido planteo freudiano es por demás conocido: en su largo e imprevisible camino, la pulsión (o el instinto) de muerte, propia de las pulsiones yoicas, debe confrontarse a una tendencia contraria: la de conservación y ampliación de la esfera vital, meta de las pulsiones sexuales. La lucha de Tánatos contra Eros, las titánicas potencias trabadas en una incesante oposición, se muestra en todos los niveles de la existencia, desde la elemental vida unicelular y vegetal hasta culminar en las más complejas organizaciones históricas y culturales de la sociedad, las que resultan de la actividad inventora de la humanidad. El mundo entero sería el escenario de la batalla infinita, sin tregua, entre esas dos fuerzas elementales y contrapuestas.

No me separo de Freud en tanto él sostiene que las pulsiones, tanto las de vida como las de muerte, responden a un “condicionamiento histórico” observable en todos los seres vivientes incluyendo “los fenómenos de la herencia y los hechos de la embriología donde tenemos los máximos documentos de la compulsión de repetición en el mundo orgánico”[2] (p.37). Sabemos que la fuerza obstinada de las pulsiones se manifiesta a partir de las más humildes de las aspiraciones del organismo que buscan su satisfacción y la consiguen, orientándose en función del principio del placer y de una modificación secundaria del mismo que es el principio de realidad. El principio del placer tenía dos caras complementarias que orientaban el suceder psíquico. Pero Tánatos, la novedad proclamada en 1919, trabaja no solo en sentido contrario a ellos sino que va “más allá” y los rebasa.

Freud se vio incitado, casi diría forzado, a reconocer esta instancia “demoníaca” y así integrar fenómenos que cuestionaban la concepción del imperio monocorde aunque bifásico del principio del placer-realidad. Encontró esos fenómenos, sabemos, observando el juego infantil (fort-da) y sopesando las historias clínicas de los pacientes. Esa tendencia repetitiva e incoercible (Wiederholungszwang), esa búsqueda paradójica y letal de un goce incomprensible, inconfesable, se revelaba en las vicisitudes del psicoanálisis mismo (resistencias, adherencia a síntomas, reacción terapéutica negativa). Era algo insólito, sorprendente para el analista. El propio Freud tenía que admitirla “más allá” de sus propias especulaciones, sostenidas desde los comienzos del psicoanálisis, a partir de la física y las dos leyes de la termodinámica. Él constataba la puesta en marcha de la “compulsión de repetición” orientada en forma “irracional”, antieconómica, “demoníaca”, que contrariaba sus ideas sobre el funcionamiento psíquico. Ese automatismo fuerza a la reiteración de lo doloroso y funciona, de manera manifiesta, “más allá del principio del placer” (jenseits, una expresión que es, en sí, una alusión y un homenaje, tras la publicación de Nietzsche de su Más allá (jenseits) del Bien y del Mal, 1886). De modo evidente, Freud se instala, con el título mismo de su ensayo, junto al profeta que tomó la palabra para hablar “así” (also) en nombre de Zaratustra. Sin mencionarlo, porque ni falta hacía.

En su texto, Freud, subrayando la definición, escribió:

Una pulsión sería entonces un esfuerzo (Drang), inherente a lo orgánico vivo, de restauración (Wiederherstellung) de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica” (p. 36)[3].

El autor exhibe sus dudas (nótense el doble “sería” y el “si se quiere”): delata de tal modo su vacilación, a la vez que, en nota al pie, parece disculparse por esa hipótesis sobre la naturaleza de la pulsión diciendo que no es suya, original, sino que “conjeturas semejantes” fueron formuladas antes, (“no lo dudo”, “repetidas veces”).

Aquí choca Freud con una eventual contradicción. Hasta 1919 había considerado que las pulsiones sexuales y del yo impulsaban los cambios y el desarrollo “en el sentido de la creación y del progreso” (con las necesarias connotaciones políticas de esos términos) y ahora las ve como expresiones “de la naturaleza conservadora del ser vivo” (él subraya, p. 36). ¿Conservadoras o progresistas? De inmediato responde y se pronuncia:

“… despiertan la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñan en alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos. Hasta se podría indicar cuál es esa meta final de todo bregar orgánico… un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar (zurückstrebt) por todos los caminos de la evolución. Si nos es lícito admitir como experiencia sin excepciones que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico (in inorganisches zurückkehrt) , por razones internas, no podemos decir otra cosa que esto: La meta de toda vida es la muerte y, retrospectivamente (zurückgreifend): Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo” (subrayados de Freud, p. 38).

Ya el objetivo de la “primera pulsión” era el de regresar a lo inorgánico (zum leblosen Zurück zukehren).

Se ve compelido a admitir que las pulsiones no aspiran al cambio, sino al constante retorno de lo mismo (Nietzsche, otra vez) tal como se manifiesta por la reiteración permanente de la compulsión a repetir en la vida cotidiana y no solo en el juego de los niños y en las neurosis. Es así que, sin poder resistirlo, propone la hipótesis (Annahme) de que “todas las pulsiones quieren reproducir algo anterior” y debe seguir esa tentación intelectual “hasta las últimas consecuencias”. (p. 37)

Personalmente me atrevo a plantear objeciones a esta psicologización de la pulsión (“ellas, todas, quieren”, wiederherstellen wollen) como si hablásemos, no de mecanismos espontáneos, “maquínicos”, sino de entes dotados de voluntad, adhiriendo a ese “realismo” que Politzer denunciaba como pecado original en el psicoanálisis. Como si las manzanas “quisiesen” caer en vez de obedecer a la inexorable ley de gravedad. Las pulsiones, debemos insistir en este centenario, no quieren ni buscan nada: son mociones sujetas a las dos leyes termodinámicas (conservación de la energía la primera, entropía y tendencia al cero absoluto, la segunda – principios de constancia y de inercia en la vida anímica). El hallazgo claro, inesperado para Freud, es que esa “compulsión” se manifiesta en la clínica, bajo transferencia, siempre, “en todos los sentidos, más allá del principio del placer” (subrayado por Freud). Es “un estorbo terapéutico”; es, “en el fondo, miedo a la emergencia de esta compulsión demoníaca” (p. 35 y p. 36, yo subrayo).

Todo lo viviente debe morir. “Todo verdor perecerá”. Ninguna duda cabe. Hasta la extinción del Sol puede calcularse con bastante precisión. Pero: ¿es eso un retorno a lo anterior, “a lo inanimado” como planteó Freud en 1919? Es aquí donde creo imperiosa la interpolación de ciertas objeciones. Si lo inanimado, mineral, acuático, precede a la vida, cosa que nadie discute, lo que viene después de la muerte ¿es lo mismo que lo anterior a la vida en el plano biológico? ¿Es un “retorno” al origen? ¡No! ¿Porqué? Porque la vida, las pulsiones, las del ser hablante, en el arco de su recorrido tendiente al goce, van dejando marcas históricas, las marcas de su pasión y de su fracaso o inacabamiento. No solo dejan la marca en la historia sino que la historia está presente ab initio, desde el momento en que se ponen en marcha. Podemos retroceder, si queremos, hasta la vida embrionaria. La concepción misma de un futuro ser humano es ya un acontecimiento histórico y cultural, sea por el encuentro sexual y más aun si se produce en una probeta de laboratorio. El lenguaje está inscripto en la carne del infans; esa carne no es nunca tan solo una partícula biológica como es el caso en los infusorios o protistas de los que tanto se habla en Más allá… (pp. 43-49). La marca, lenguajera, es histórica y cultural; es una forma de la escritura, es el grabado a sangre y fuego de una geografía somáticadesde los tiempos prenatales. Lo vivido no es primario, es secundario a la organización del mundo, siempre ya allí; la percepción no es la causa sino el efecto reconocido de percepciones anteriores, históricas, memorizadas. El Otro precede al uno; uno que no es nunca natural. La biología en el serumano es siempre secundaria, objeto de una “ciencia natural” de la vida … que no tiene nada de “natural” en tanto que, como “ciencia”, es producción del espíritu ubicada en el tiempo histórico.

Nuestra especie lenguajera se manifiesta dejando escrituras que conmemoran las acciones y el recorrido sobredeterminado, imprevisible, de las pulsiones de sus integrantes. La acumulación de desechos, de los ostiones en la playa, de las sepulturas, de los basureros, de los monumentos que se ven o que desentierran los arqueólogos, de los documentos, etc., son trazos, huellas, recordatorios (hypomnemata); son memoria realizada del paso de seres que hablaron en una lengua conocida u olvidada, descifrada o no, que constituyó a esas sociedades. En ellas, pacientemente, se fueron elaborando las técnicas para sobrevivir: caza y pesca, agricultura, ganadería, leyes de intercambio, organizaciones políticas, armas, instrumentos musicales, órganos complementarios y suplementarios de los anatómicos. Un mundo nuevo, orgánico aunque no viviente, creado por estos seres que hablaron y escribieron y pintaron y cocinaron y guerrearon y dejaron testimonios de su vida. Esa pasión por la historia, en lo imaginario, lo simbólico y lo real, no desaparecerá de la tierra una vez que, nos guste o no y como es previsible, acabe la existencia del homo sapiens. Morirá el homo, pero los vestigios de su sapiens, del saber que lo especifica, subsistirán sepultados bajo tierra, expuestos sobre la superficie planetaria, sobrevolándola en los chirimbolos inorgánicos enviados al espacio exterior. Los organismos perecerán, todos y cada uno, mas las escrituras quedarán como grafismos y como máquinas cibernéticas capaces de leerse a sí mismas y hasta de reproducirse. La gramatización[4] del mundo es un efecto imborrable de la historia. El mundo en el que vivimos es el resultado de la lectura de todos esos gramma, hypomnemata. No solo Mr. Crusoe sabía leer en la biblia y en la playa. Desde siempre, por lo tanto, también Viernes.

La vida de miles de especies vegetales y minerales difícilmente se extinga: es muy posible que pasen eones antes que se acaben los infusorios, las bacterias o las hormigas. Sí, sí, desaparecerán, podemos prever, los serumanos, hablentes, productores de esos desechos que acaban por ser tóxicos para ellos mismos por las catástrofes que provocan en el medio ambiente, en la subjetividad, en las culturas, es decir, por el imperio del instinto de muerte que, sostengo, es el patrimonio luctuoso de nuestra especie. El apocalipsis y el día del juicio final no serán el resultado anticipado por la religión sino una consecuencia insoslayable “del discurso del amo plenamente desarrollado hasta mostrar su verdadero rostro (son fin mot) en el discurso del capitalista con su curiosa copulación con la ciencia”[5].

Lo que hoy (2019) formulo no es una profecía ni un fantasma científico aunque tenga algo de ambos: se producirá en el futuro cuando no haya quien lo compruebe (ni quien lo desmienta). Es la verificación del presente, tal como se intuye hoy, en el horizonte histórico del porvenir. El apocalipsis y la devastación planetaria no son quimeras ideadas por autores y cineastas de ciencia-ficción a la caza de efectos sensacionalistas. Se rodaron cuatro películas con temas apocalípticos antes de 1950. Superan más de cien las que se filman en esta segunda década del siglo XXI. Ese apocalipsis por el desarrollo de las técnicas comenzó a vislumbrarse después del lanzamiento de las bombas atómicas en Japón. Pero no se quedó en ese miedo Lacan, en 1954, cuando dijo:

“Lo más grave es la deficiencia simbólica. Su imagen nos llega por una creación eminentemente simbólica, es decir, una máquina, la más moderna de las máquinas, mucho más peligrosa para el hombre que la bomba atómica, la máquina de calcular”[6].

 

Al año siguiente, 1955, Heidegger enunciaba algo muy similar, en un texto que deberíamos aprender de memoria, y que lamento reducir a una cita parcial:

“Un peligro mayor amenaza en los comienzos de la era atómica… mucho más terrible que la guerra atómica y justamente en la medida en que esa guerra no se produzca y es que, por los progresos de la técnica, se llegue al momento en que la revolución técnica que sube hacia nosotros desde el comienzo de la era atómica pudiese fascinar al hombre, deslumbrarlo, trastornar su cabeza, subyugarlo, de modo tal que llegará el día en que el pensamiento calculador será el único admitido y activado… El gran peligro que nos amenaza es que la tan asombrosa y fecunda virtud del cálculo que inventa y planifica se acompañe… de indiferencia ante el pensamiento meditativo, o sea, de una total ausencia del pensamiento… De lo que ahora se trata es de salvar esta esencia del hombre. Se trata de mantener despierto al pensamiento”[7].

 

Lo sabemos: tanto Lacan como Heidegger podían hablar así por estar al tanto de los comienzos de la cibernética (palabra acuñada por el norteamericano Norbert Wiener en 1948: Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas). Lacan en ese, su segundo seminario, no se privaba de citar a Wiener[8] (p. 341) y a su predecesor en la creación de máquinas y robots, Grey Walter, con sus tortugas (p. 72) y de hacer retroceder el origen del cálculo mecanizado y exacto a la invención del reloj de péndulo (por Huyghens [1659], p. 343) No cabe duda de que también Heidegger supo de estas ideas nacientes sobre la revolución técnica que hoy apreciamos bajo la forma de una digitalización numérica del mundo. El instrumento esencial, la base, es la invención de una sorprendente técnica de escritura, la de los cálculos realizados con un lenguaje que es recalcitrante a toda traducción, el sistema binario de base 2 (unos y ceros), hazaña matemática de Leibniz [1679].

Desde el comienzo de los tiempos históricos, desde esos acontecimientos que las cosmogonías relatan como el origen del fuego, de la palabra, de las lenguas, de los instrumentos musicales y técnicos, de los sistemas de escritura, desde todos los mitos de los orígenes, reconocemos las marcas de la pulsión y, también, las de la cultura como “renuncias pulsionales”. Valga, a modo de ejemplo crucial y paradójico, el de Freud atribuyendo a Prometeo una paradójica conquista cultural, no la narrada por Esquilo, la de robar el fuego a los dioses para llevarlo a los mortales, sino la de apagarlo con el chorro de orina. El goce uretral, pulsional como ninguno, se inscribía así como una forma de la pirotecnia. Lo mismo pasa, según Freud, con la prohibición mosaica de la representación. No a las imágenes, sí a la escritura: eso es ejemplo supremo de la renuncia al goce de la mirada. Con todas las renuncias pulsionales al alza, la consecuencia inevitable es el incremento fatídico del malestar en la cultura. El desastre. ¿Será que la pulsión de muerte es la renuncia a las pulsiones animadas (Triebverzicht) de la vida? Virgilio en las Bucólicas podía decir “Omnia vincit Amor et nos cedamus amori” (“El amor todo lo vence, y nosotros nos rendimos al amor”) para, pensando por nuestra parte con Freud, corregir … “y nosotros nos rendimos a la muerte”.

Las pulsiones todas, tanto eróticas como tanáticas, no se extinguen sin dejar una marca de su paso. No tiene caso recurrir a los animales para entender las pulsiones y su funcionamiento: a ellos los comprendemos en su evolución pero no partiendo de las formas primitivas de sus organismos y acciones. Mientras más ínfima es su estructura y su existencia, mayores son los perfeccionamientos técnicos a los que deben recurrir los biólogos para explicarlos. No son los infusorios nuestros precursores como pretende un evolucionismo ingenuo. El precursor solo lo es a partir de lo que ha llegado a ser. Es la idea misma de la Nachträglichkeit, del après-coup, que Lacan supo leer en Freud y de la afirmación marxiana de que la anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono.

Podrán las abejas construir admirables panales, los castores fabricar represas, los primates comunicarse con lenguajes rudimentarios. Maravillosa ciencia es la etología pero ninguna especie fuera de la humana es etóloga u observadora capaz de maravillarse con los logros de otra especie que habita en su mismo Umwelt.

Todo lo humano en la actualidad se escribe y se registra. Esa es la sustancia del mundo en el que habitamos digital, numérico. Lo vivido (vegetal, animal, humano) es o puede ser transformado en una escritura que no es la de un lenguaje hablado sino la de inscripciones que ningún ojo anatómico puede leer, data. El ejemplo paradigmático es el código de barras, un jeroglífico que se nos ha hecho muy familiar. Basándose en el mismo principio técnico que esas barras tenemos ahora los sensores informáticos, el llamado Internet de las cosas.[9] Estos códigos de ceros y unos no son escrituras para ser leídas por mujeres y hombres; están diseñados para máquinas que cifran y descifran lo real. Estructuras del DNA, transacciones comerciales, experiencias subjetivas y remociones cerebrales, el saber en todas sus manifestaciones, las más banales conversaciones o imágenes, todo, es objeto de registros cibernéticos, en lo numérico que, por ahora, se expresa en rayas blancas y negras como piel de cebra, que significan… nada… sucesión de unos y ceros, líneas paralelas para lelos. Escrituras, más eternas que las llamadas Sagradas. Siempre listas para retornar bajo la forma de un “eterno retorno de lo mismo”, como en la profética Invención de Morel. ¿Qué más inorgánico, que más inanimado que un código de barras? Hecho por máquinas para máquinas. Sin pulsiones, aunque satisfagan las del lucro en Silicon Valley.

De las tres catástrofes ecológicas previstas, anticipadas, temidas, por Félix Guattari[10], la ambiental, la primera en el tiempo, será, en definitiva, la última, pues llegará como consecuencia de las otras dos: la devastación subjetiva y la social que crece ante nuestros ojos por el avance incontenible de las tecnociencias. Cuando los anticipos guattarianos se hayan producido, mucho antes de la ya calculada muerte del Sol, ¿qué quedará sino un conjunto infinito de escrituras inorgánicas, no vivientes; letras que, por serlo, nunca podrían morir porque tampoco viven? Recordemos aquí que, para Lyotard[11]

“las tecnociencias pretenden anticipar el desastre, esquivarlo siguiendo sus propias leyes que son las de la transformación de la energía… Su tarea entonces, la única, muy clara, comenzó ya hace mucho: simular las condiciones de la vida y del pensamiento de modo que el pensamiento siga siendo materialmente posible después del cambio de condiciones de la materia que es el desastre”.

 

Para ser, si puedo, más claro, propongo en términos, a la vez próximos y distantes de los de Freud, que las pulsiones habrán completado su misión no por el retorno a lo inanimado sino por la producción de un nuevo e inédito inanimado, engendrando un cúmulo de restos inertes, que son y quedarán como trazas, desechos, excreciones del pensamiento viviente, destinados a sobrevivir a los cuerpos mortales de hombres y mujeres. Escrituras trazadas, a partir de ese hardware pulsional somático (recordemos nuevamente a Lyotard, cit., p. 22), un software que será independiente de las condiciones de la vida terrestre, “haciendo posible un pensamiento sin cuerpo que persista después de la muerte”. Un avance desde el inanimado inorgánico que hubo antes de la vida a otro inanimado, sin relación con el primero, que persistirá más allá de la vida. Del magma de las aguas al magma de los números que son un efecto del espíritu humano. Ese será el efecto de la pulsión de muerte al transformar las aspiraciones corporales (con sus fuentes somáticas, fuerza, objetos y metas) en letra muerta, no susceptible de degradación entrópica, al transformarlas en información, siguiendo las definiciones de la neguentropía[12]. Ese es el proyecto físico y metafísico de las tecnociencias que presumibemente, fatalmente quizás, llevarán a la extinción de la vida humana bajo las condiciones posthumanas del Capitalismo Mundial Integrado[13] (nuevamente, Guattari).

Precisamente fue Guattari quien comenzó, junto a G. Deleuze, la crítica más radical, aun no asimilada, al psicoanálisis, con su Antiedipo[14]. En esa obra el filósofo y el psicoanalista se dieron la mano para sostener que el instinto de muerte, más que un principio, es el producto ineludible de ciertas relaciones de producción en el sistema capitalista. La muerte se convierte en un instinto, una función específica del sistema, concretamente la absorción por el capitalismo de una plusvalía producida por la antiproducción, la producción de la carencia y la escasez, tales como las provocadas por la guerra, el desempleo y la condena a ciertos pueblos a sufrir hambre, ignorancia y enfermedad. De tal modo, entendemos, el instinto de muerte nunca es natural; es histórico y político. En eso Deleuze y Guattari se daban la mano con el precursor: Georges Bataille y con el antecesor de todos ellos: Nietzsche, que supo alumbrar algunos de los caminos que recorrió Freud, creyendo, tal vez, por un comprensible escotoma, que su discurso se inspiraba en la biología y no en la economía política. Nos corresponde dar a Darwin lo que es de Darwin… y a Marx lo que es de Marx.

Freud pudo anticipar la situación actual y lo hizo cuando, en El malestar en la cultura[15], diez años después de su Más allá…, desplegó su visión de la metamorfosis del mundo y del ser humano a partir de los desarrollos técnicos que eran motivo de asombro en los siglos XIX y XX, fundamentalmente la máquina de vapor y la electricidad. Constató los “extraordinarios progresos en las ciencias naturales y su aplicación técnica que consolidaron un gobierno sobre la naturaleza en medida antes inimaginable” a la vez que reconocía los tantos beneficios que debemos a “la tan vilipendiada época del progreso técnico y científico”. No se le escapaba el carácter simultáneamente terapéutico y tóxico de esos utensilios, primero que nada la palabra escrita, el pharmakon (definido como tal por Platón en el Fedro, cuya concepción actualizó Derrida[16]) y la consiguiente era “farmacológica” que modificaba de manera constante las condiciones de vida de la especie. Lo humano pulsional, con sus antecedentes evolutivos delineados por la teoría darviniana, no puede ser desligado de la cultura. Para nuestra especie, hablante, lenguajera, es imposible disociar lo biológico del ambiente instrumental, técnico, en que crecen, se reproducen y mueren los humanos. Es lo que Bernard Stiegler[17] llama con acierto, retomándolo de Lotka (1945) un proceso de “exosomatización” de la vida del antropos, que se propaga invadiendo los reinos animal, vegetal y mineral. Nuestras herramientas de cálculo y de trabajo provocan una “inmixtión” creciente de lo técnico que trasciende (va “más allá”) las condiciones de la existencia de todo cuanto hay. Lo humano extracorporal (“exosomático”) es el “medio ambiente” de la vida[18]. Nuestro Umwelt no es natural, es técnico. Ya en su primer seminario Lacan planteaba que hasta los elefantes eran objeto de la política; por eso el elefante fue ubicado como emblema del comienzo oficial de su enseñanza oral. Y el propio Lacan se descubría gozando del bonito juego de palabras que se da si uno escribe, en vez de entropía, antropía.[19]

 El Prometeo de Esquilo se jactaba de la hazaña de haber traído las técnicas, empezando por la de la conservación del fuego, a los hombres, arrancándolas al reino de los dioses. El coro de Antígona de Sófocles resalta ese carácter maravilloso y siniestro (ungeheuer, unheimlich) del hombre armado por un saber sobre la naturaleza y dedicado a dominarla. La estirpe de Caín en la Biblia es la que aporta todas las invenciones que hacen humana a la vida (y a la muerte). No hay cosmogonía que no celebre la irrupción de lo técnico. Y que no advierta de los peligros de la “disrupción” que esos mismos “adelantos” acarrean cuando se muerde el árbol de la ciencia o cuando se muerde un trozo de la manzana envenenada que tragó Turing y que hoy es el logotipo de Apple. Freud se limitó a pensar el arraigo de la pulsión de muerte a partir de la producción por los infusorios (“protistas”) de sustancias tóxicas que ellos segregan y los conducen a la muerte. ¿No acabamos nosotros, a nuestra vez, por producir estos “desechos” que amenazan la vida en el planeta, en lo ambiental, lo subjetivo, lo social y lo cultural como aventuraba Félix Guattari, el psicoanalista heterodoxo formado en el diván de Lacan? ¿No vemos cumplirse ante nuestros ojos las profecías ya citadas de Lacan y Heidegger en 1954 y 1955?

El planeta cambia vertiginosamente en nuestros tiempos con cada “progreso” cuando no “revolución” tecnocientífica. Por eso nos acostumbramos a pensar en una nueva era geológica, la del antropoceno, pues vivimos en un globo terráqueo “sobrenatural”. El planeta es uno nuevo por obra y gracia de esta especie (ánthropos) que conserva y transmite de una generación a la siguiente los órganos artificiales (exosomáticos) que extienden las funciones orgánicas y muestran nuevos rasgos de las pulsiones, tanto las unitivas de vida como las disolventes de la muerte. Para Stiegler[20] “el Antropoceno es intolerable y debe ser imperiosamente rebasado para conducir al negantropoceno”. Negantropoceno: lo contrario a la degradación que vemos en nuestro mundo como efecto del avance sideral de las tecnociencias en los niveles ambiental, psicológico y social por la subordinación a la lógica del capital y del cálculo. El cálculo (la “máquina de calcular”) impone límites cuando no impide ese “pensamiento meditativo” que Heidegger reclamaba para servir de antídoto a la devastadora y potencialmente catastrófica toxicidad “farmacológica” de la memoria conservada en registros ilegibles. El filósofo de la Selva Negra podía prever ya el mundo digitalizado, numérico, informacional, con la consiguiente primacía del cálculo. Recordaré aquí un aforismo, inspirado en Heidegger, que viene al caso: “El pensamiento puede pensar el cálculo pero el cálculo no puede calcular el pensamiento”.

La historia del antropoceno es la historia de la humanidad que es, a su vez, la del lenguaje (cuyos rudimentos, por cierto, así como los de la conciencia, existen en la mayoría de las especies animales). Es en el lenguaje donde se deposita ese sedimento que es la acumulación histórico-cultural de la experiencia, de los instrumentos para operar en la naturaleza, de las artes (tekhné). El lenguaje, fundamentalmente, como letra, a partir del desarrollo de la escritura en sus más diversas formas. La palabra y la letra son los dispositivos que se integran en unidades de creciente complejidad y ponen un alto a la tendencia a la inercia, a la degradación de las diferencias termodinámicas que fueron reconocidas en el siglo XIX como “entropía” y tanto influyeron en el pensamiento y en la obra de Freud con su postulación de los principios del placer y de la tendencia a la reducción de los desequilibrios (principio de constancia, “homeostasis” en el vocabulario de la biología). En este sentido todos los desarrollos de la cultura pueden ser definidos como “neguentrópicos”: apreciamos una “entropía negativa” en el momento en que la vida deja como rastro, como secreción –- diríamos, incluso, como objeto @ –- una escritura que puede ser leída por otro ser viviente inmerso en la cultura. La muerte y la entropía reinarían de modo absoluto sin el contrapeso de la palabra y la letra. Eso dice la termodinámica. ¿Se asegura así el predominio de la vida y de sus pulsiones? Nada sería más inexacto. Pues el verbo no es la vida sino la muda excrecencia que la vida humana va dejando a su paso. ¿En el principio fue el Verbo? No; en el principio fue el infusorio, el ser unicelular que salió del magma informe de las aguas. El verbo es una adquisición tardía, relativamente reciente, que certifica que el ser hablante existió y dejó esos rastros que documentan su paso bajo la forma no solo de textos sino también, y fundamentalmente, de objetos inanimados: sepulturas, depósitos de basura, instrumentos rudimentarios, objetos artísticos, máquinas obsoletas, museos y bibliotecas, sueños incumplidos. La chatarra de los siglos. La que legamos de una generación a la siguiente, sin saber qué será de ella, con la ilusión de guardar testimonios de lo que fue.

En síntesis: No retornamos a lo inanimado. Vamos hacia ello.

 Néstor Braunstein

 

Bibliografía y notas:

[1] Braunstein, N. A.: El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista. México, Siglo XXI, 2012, pp. 94-128. Hay traducción al francés: Malaise dans la culture technologique. París, Le bord de l’eau, 2014, pp. 97-131. Traducción de Ana Claudia Delgado.

[2] Las citas de “Más allá del principio del placer” se harán siguiendo la traducción y la paginación de la edición de J. L. Etcheverry, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.

[3] La noción de la pulsión como diferente del instinto, procede de Kant (Crítica del juicio, [1790] #83). Para el de Königsberg, Trieb sirve para designar el deseo animal en el hombre. En #90 de la misma obra, Instinkt indica la actividad determinada del animal, específicamente distinta de la razón”. Ya entonces comparaba Kant las construcciones de los castores, efectos de sus capacidades técnicas, y las de los hombres.

[4] Auroux, S.: La révolution technologique de la grammatisation. Lieja, Madarga, 1994. El neologismo fue primero propuesto, con otro sentido que no cabe discutir aquí, por E. Balibar en 1988. Cf. el artículo “Grammatisation” http://arsindustrialis.org/grammatisation  

[5] Lacan, J.: Le Séminaire. Livre XVII. L’envers de la psychanalyse. Seuil, París, 1991, p. 12

[6] Lacan, J.: Le Séminaire. Livre II. Le moi dans la théorie de Freud… Seuil, París 1978, p.111

[7] Heidegger, M.: “Sérénité” (Gelassenheit). En Questions III. Tel-Gallimard, París, 1966, pp. 142-147. En Internet (¡vaya contradicción!) se pueden encontrar versiones completas del original alemán en francés, español, inglés, etc.

[8] cf. Cassou-Noguès, P.: Les rêves cybernetiques de Nobert Wiener. Seuil, París, 2014. Wiener, agrego, había publicado en 1950 un libro (revisado en 1954) The Human Use of Human Beings. Cybernetics and Society donde prevenía de las consecuencias de la cibernética sobre la sociedad. Pensando en el impacto de los robots (que aun no existían) anticipaba que el trabajo humano se volvería superfluo pues sería remplazado por máquinas inteligentes y advertía de las consecuencias peligrosas de la automatización si no iba acompañada de transformaciones sociales simultáneas. Los riesgos eran, para él, el desempleo masivo y la exclusión social de los seres humanos, ahora prescindibles. A largo plazo, se atrevió a predecir la cancelación de la democracia que sería remplazada por sistemas totalitarios.

[9] Para la historia de estos avances de la tecnología: Groupe Marcuse: La liberté dans le coma. Vaour, 2019, pp. 87-91.

[10] Guattari, F.: ¿Qué es la ecosofía? Cactus, Buenos Aires, 2013, p. 238

[11] Lyotard, J.-F.: L’inhumain,causeries sur le temps. Galilée, Paris, 1988, p.20.

[12] La neguentropía , llamada primero “entropía negativa” por Schrödinger, creador del concepto en su trascendental obra “¿Qué es la vida?” (1944) fue bautizada como “neguentropía” por Leon Brillouin (1953). El concepto da cuenta de cómo la ley termodinámica de la entropía, herramienta teórica utilizada por Freud en sus primeras concepciones del aparato psíquico (principios de constancia y de inercia), es contrarrestada por la información, que no se disipa, puede ser conservada infinitamente y admite ser calculada con exactitud.

[13] Guattari, F.: Cartografías del deseo. La Marca, Buenos Aires, 1975, p. 17

[14] Deleuze, G. y Guattari, F.: Antioedipe. Capitalisme et schizophrénie. Minuit, París, 1972. Traducción al español (la primera) en Barral, Barcelona, 1972.

[15] Freud, S.: El malestar en la cultura. [1930] O.C., Amorrortu, Buenos Aires, vol. XXI, pp. 86-95

[16] Derrida, J.: “La pharmacie de Platon” [1968] Tel quel, París, pp. 1-92; reproducido en La Dissemination, Seuil, París, 1972, pp. 9-66. En español: La diseminación. Fundamentos, Madrid, 1975, pp. 91-261.

[17] Stiegler, B.: Su obra consta (hasta ahora) de más de 20 volúmenes. Sobre la “exosomatización” (proceso de transferencia de lo humano más allá del cuerpo-soma) consultar, principalmente Qu’appelle-t-on panser? , LLL, París, 2018 donde aparecen con frecuencia temas tales como el anthropocène, término propuesto por Crutzen, 2000,que fuera precedido por científicos soviéticos como Vernadski, la neguentropie (siguiendo a Schrödinger, 1943), post-truth era, pharmacologie platonicienne et derridéenne, neguenthropologie, grégarisation des exorganismes, anépochale, entropocène, dénoetisation, technosphère y toda clase de variados neologismos relacionados con estos conceptos, no siempre útiles, dentro de una reflexión muy aguda sobre los bene/maleficios de la técnica en la era actual del postcapitalismo disruptivo (cf. Dans la disruption, LLL, París, 2016).

[18] Lacan ya lo afirmaba en el seminario II, cit., p. 103: “Freud no habla del instinto de muerte y del retorno de lo animado a lo inanimado en relación a la muerte de los seres vivientes. Afortunadamente él designa así algo menos absurdo. ¿Qué lo fuerza a pensar en esto: lo vivido humano, el intercambio humano, la intersubjetividad. Hay algo allí que constriñe al hombre a salir de los límites de la vida. Algo que conduce a la libido a la muerte pero no por los caminos más cortos sino por los caminos, precisamente, de la vida”… y lo ratifica poco más adelante: “La vida no es tomada por lo simbólico sino en forma fragmentada, descompuesta. El propio ser humano está en parte fuera de la vida, participa en el instinto de muerte. Solo desde allí puede abordar el registro de la vida”. (cit., p. 113)

[19] Lacan, J.: [1970] Le Séminaire. Livre XVII: L’envers de la psychanalyse. Seuil, París, 1991, p. 54. La homofonía es absoluta en francés y algo más dudosa en español: entropie/anthropie.

[20] Stiegler, B.: Dans la disruption, cit., p. 151