por Laura E. Vaccarezza

En el lenguaje coloquial el término obsesión circula con bastante asiduidad. Se dice: «estoy obsesionado/a por tal o cual cosa, por tal o cual persona, tengo una idea que me obsesiona, que no me deja vivir, que me ocupa», etc. También se dice «estoy obsesionado/a por el orden y la limpieza», e incluso se puede llegar a decir de alguien que es un «obseso sexual».

Quienquiera que se interrogue a sí mismo acerca de sí padece obsesiones, es seguro que encontrará una respuesta positiva.

Las obsesiones, a las que también llamamos a veces manías, son un síntoma común a muchos individuos. Pueden padecerlo adultos y niños independientemente de su sexo. Podemos afirmar que padecerlas en algún momento de nuestras vidas puede considerarse dentro de lo que se denomina la normalidad.

Es frecuente que los niños atraviesen etapas en las que ciertas obsesiones o rituales se ponen de manifiesto (por ejemplo: dar rodeos para no pisar determinadas zonas por las que transitan, no querer vestirse con cierta ropa, negarse a la higiene diaria, etc.). En estos casos sabemos que se trata, en general, de síntomas transitorios que tienen que ver más con un momento del desarrollo y de autoafirmación que – junto con los terrores nocturnos, miedos y fobias- forman parte de su constitución como sujeto.

Hasta aquí hemos hablado de la obsesión en general, ahora deberíamos precisar. ¿Cuándo una obsesión se puede considerar patológica?

Como hemos dicho, la obsesión en sí misma es un síntoma y sabemos que hay personas que conviven con sus síntomas sin que éstos les planteen grandes problemas. Es más, a veces estos síntomas son considerados por su entorno como una señal de identidad: «Fulano de tal en el fondo es muy buena persona pero tiene ciertas manías que a veces hace que no sea fácil convivir con él».

La persona misma puede aceptar sus manías sin interrogarse sobre ellas tomándolas como un aspecto de su carácter, lo cual no supone en absoluto que éstas no sean consecuencia de una grave patología.

Cuando estas manías u obsesiones impiden a las personas llevar a cabo una actividad relativamente normal es, en general, el momento en que deciden hacer una consulta. Frecuentemente los rituales, la escrupulosidad, las ideas compulsivas, les impiden realizar una vida normal. La necesidad de verificar repetidas veces que no han cometido ningún error, o que no han olvidado tal o cual detalle, o la realización de determinado ritual para acceder a la calle, a un medio de transporte, etc., vuelve penosa cualquier tarea que desempeñen. Esto, sumado al sufrimiento que produce, llega a limitar la vida del sujeto en cuestión hasta el extremo de sumirlo en la invalidez.

Podemos encontrar estos síntomas en todas las estructuras psíquicas: neurosis, perversión y psicosis, pero hay una, «la neurosis obsesiva», que se caracteriza por el predominio de esta sintomatología. Por este motivo se le llamó también: «locura de duda», «fobia de contacto», «obsesión» y «compulsión».

La neurosis obsesiva

El término obsesión proviene del latín obsessio – onis, y aparece en el diccionario definido como: «Idea, preocupación o deseo que alguien no puede apartar de la mente». Este término, obsesión, es utilizado por primera vez por Jules Falret, psiquiatra francés interesado en difundir las ideas de su padre, Jean-Pierre Falret. Su tesis de 1853 agrega dos categorías más a las ya descritas hasta ese momento; éstas son: la «hiponcondría moral» y la «alienación parcial» (o «locura de duda y locura de tacto»). En esta última podemos reconocer fácilmente lo que luego Freud describió bajo el nombre de «neurosis obsesiva», quien hizo de ella una entidad psíquica diferenciada y la trabajó desde el punto de vista psicoanalítico.

¿Qué es la neurosis obsesiva?

Como su nombre lo indica es una neurosis con entidad propia, Freud la aísla no sólo del maremagnum de la clasificación psiquiátrica, donde aparece confundida con otras entidades nosográficas, sino también de la neurosis histérica. Aislarla de esta última no le impide decir que «la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria».

Los elementos sintomáticos que caracterizan a esta neurosis tales como: dudas, ideas obsesivas, interceptaciones del pensamiento, compulsiones, procratinación, tendencias ceremoniales, rituales, pensamientos hostiles e ideas delirantes, forman parte de su fenomenología pero no dan cuenta de su estructura.

Cuando hablamos de estructura nos referimos a la constitución del sujeto, a cómo se organiza su vida psíquica. La estructura básica está constituida por tres lugares, que van a ser ocupados por la madre, el padre y el niño. Denominamos a esto la estructura edípica. Dependiendo del modo en que se hayan cumplido u ordenado las diferentes funciones, cuáles hayan sido los deseos puestos en juego por parte de los adultos que esperan la llegada de ese niño, sus fantasías, así como sus actitudes frente al mismo, quedará determinado el futuro de éste.

En esta neurosis, es característica una relación muy estrecha con la madre y una función paterna débil, insuficiente para liberarlo del dominio materno.

El Complejo de Edipo es nodal en la determinación de las neurosis, junto con el Complejo de Castración que tiene lugar dentro del mismo. De cómo se haya atravesado este complejo y de sus avatares dependerá la vida psíquica del sujeto, teniendo consecuencias en la sexualidad, en la relación con los otros, en el origen de sus miedos, sus fantasías y sus delirios. El vínculo con el analista y la puesta en acto de la neurosis en la transferencia – es decir repetir en la cura su neurosis- nos permite, un diagnóstico claro de la estructura y la posibilidad de dirigir el tratamiento hacia su fin , que no consiste únicamente en resolver los síntomas, sino saber qué los ocasiona y en qué fantasma se sostienen, lo cual hace que la resolución del problema no sea por sugestión, ni por apoyo yoico, ni por someter al sujeto a pruebas tales como hacer aquello que le horroriza para modificar su conducta. El psicoanálisis va más allá. Permite a quien se analiza adquirir un saber, encontrar el porqué de sus actos y reconocer sus propios deseos, lo que le llevará a ser más consecuente consigo mismo y menos temeroso de actuar en la vida, saber y decir aquello que quiere o no quiere sin necesidad de recurrir a la enfermedad para excusarse.


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