En primer lugar quisiera agradecer a los profesores Loo, Ollé, Zefirian y también al doctor Gérard, que me hayan dado la oportunidad de participar en este encuentro y de trabajar juntos el difícil problema de la alucinación, tal como lo plantea el psicoanálisis. Deseo que mi intervención no sea una exposición magistral sino un pretexto para el intercambio.

Me complace poder decir, en este ciclo interdisciplinario, que formo parte de los psicoanalistas que creen en la necesidad de hacer el lenguaje analítico audible a los practicantes de otros campos científicos. Queremos recibir los aportes de otras disciplinas y, simultáneamente, sentirnos estimulados por nuestra propia contribución.

Justamente el tema de la alucinación se presta perfectamente a tal propósito: es el ejemplo de una cuestión situada en el cruce del pensamiento analítico y psiquiátrico. Un aspecto notable de la intervención de nuestros dos campos es la estrecha afinidad que existe entre la concepción psicoanalítica de la alucinación hoy, y la concepción psiquiátrica, ya muy antigua, formulada por Esquirol.

Volveremos sobre esto en seguida.

Además, la alucinación es también el ejemplo de un fenómeno que el psicoanálisis intenta explicar, que trata de formalizar, ya que somos conscientes de su carácter enigmático. Los psicoanalistas no escapan a la regla a que son sometidos otros teóricos en el momento en que tratan de explicar un hecho oscuro: cuando no podemos explicar un hecho enigmático, nos contentamos con darle un nombre. palabras teóricas —ya que a veces son ficciones— esperando días mejores en que, bruscamente, el fenómeno se llenará de una luz nueva.

Precisamente, ¿cuáles son las palabras teóricas con las que nosotros pensamos, psicoanalíticamente, la alucinación? y ¿cuál es la especificidad del aporte psicoanalítico al problema de la alucinación? Voy a responderles, pero permítanme antes mencionar tres cuestiones previas, tres principios inscritos en el frontispicio del edificio analítico, cuando entramos por la puerta de la alucinación:

Para el psicoanálisis:

  • Sólo hay alucinación en el seno de la relación con el otro, ya sea este otro alguien próximo en la vida del alucinado, o ya sea el psicoanalista, o ya sea el psiquiatra que el paciente consulta. Siendo así. nosotros nos preocupamos. sobre todo, de los fenómenos alucinatorios que sobrevienen en el curso de una cura, donde las condiciones de la transferencia son las de una cura analítica. Nosotros, no solamente tenemos experiencia de los tipos de alucinación, sino que, además, la teoría analítica de la alucinación está íntimamente relacionada con la teoría analítica de la transferencia. En resumen, nosotros pensamos la alucinación en el marco práctico y teórico de la relación transferencial.
  • La alucinación no es un fenómeno específico de las psicosis. Puede presentarse como episodios fugaces, bajo formas diferentes, en el neurótico y en el hombre llamado sano o normal. Me permito recordarles lo que todos sabemos: el sueño es nuestra alucinación cotidiana. Además de este aspecto, señalaré algo que podrá parecerles curioso y es: una cierta predisposición a las manifestaciones alucinatorias o pseudoalucinatorias en el psicoanalista y en todo practicante que recibe la palabra del paciente que dice su sufrimiento. Autores anglosajones, Bion, Winnicott, Paula Helman y otros, han establecido una singular aproximación entre las manifestaciones alucinatorias en el psicoanalista, y el momento crucial de una cura llamada Interpretación analítica. Según estos autores, ciertas Interpretaciones decisivas que modifican el curso de una cura son, a menudo, precedidas por un estado mental del psicoanalista en el que la imposición de una Imagen muy viva arrastra en seguida una palabra que, una vez dicha, constituirá una Interpretación eficaz.
  • Y la última cuestión previa deducible de las dos precedentes. La alucinación es, sin duda alguna, la expresión de un extraordinario derroche de energía de un inmenso dolor, de una tensión extrema: y. sin embargo, es también la expresión de un movimiento positivo, es la señal de una extraordinaría capacidad perceptiva, muy diferente de nuestra percepción habitual que está templada por diversas pantallas inhibitorias.

Para un practicante, abordar la alucinación en estos términos orientará su trabajo de la escucha y, en consecuencia, modificará el desarrollo de las curas que él dirige, según pues estos tres principios:

  • la alucinación se da siempre en relación con el otro;
  • la alucinación puede afectar a cualquiera;
  • la alucinación es, sin duda, alguna, un sufrimiento, pero supone también una extraordinaria capacidad de percepción.

Estos tres principios son las cuestiones previas que definen una manera de escuchar al paciente decirnos su alucinación, o vivirla en nuestra presencia.

Llegamos ahora a nuestra manera de pensar psicoanalíticamente la alucinación. ¿Cuál es la especificidad del aporte del psicoanálisis al problema que nos ocupa?

Responderé en seguida con una sola palabra que engloba el conjunto de mi charla: la palabra Sujeto. La novedad en Freud —y con él las diferentes generaciones de psicoanalistas— es haber introducido el factor Sujeto y, de esta manera oponerse a una teoría empírica de la alucinación que pone el acento sobre el factor objeto y define el fenómeno alucinatorio como una percepción sin objeto. El acento estaba, pues, puesto exclusivamente sobre el aspecto sensorial y sobre la presencia real o irreal del objeto alucinado.

Nosotros, en cambio, abordamos el problema dando un rodeo: el rodeo del Sujeto. ¿Cuál es ese sujeto? ¿Se trata de la persona del paciente alucinado? No. Creo que la persona del alucinado sufre y experimenta la alucinación como la irrupción de un fenómeno que le es extraño y que se le impone.

Numerosos autores, en la historia de la psiquiatría, se han inclinado sobre ese carácter extraño y xenofóbico de la alucinación, en atención a la persona del paciente que la experimenta. Es la orientación de la Escuela del automatismo mental, vocablo inventado por Clérambault pero que se inaugura bastante antes con un filósofo notable: Maine de Biran —cuyas teorías prosigue Joffroy— pasando, pues, por Clérambault para continuar con autores como Fretet e incluso Lacan.

Existe un extraordinario artículo de Fretet, aparecido en la Evolución Psiquiátrica, sobre la alucinación considerada como un objeto de mediación en el seno de la relación médico/paciente que él llama relación alucinatoria.

No, cuando nosotros hablamos de sujeto no pensamos en la persona del alucinado. La palabra Sujeto es una forma que yo propongo para concentrar tres aspectos subjetivos no conscientes, que participan en la formación de una alucinación. Estos tres aspectos, que voy primero a nombrar para en seguida desarrollarlos en el esquema, son: el deseo, el Moi y un estado afectivo muy particular, el sentimiento de certeza.

El deseo está, para nosotros, en el origen de toda alucinación. El primer factor subjetivo a tener en cuenta en una manifestación alucinatoria es el deseo del sujeto, el deseo no consciente del sujeto. Entendámonos, cuando digo deseo quiero decir en principio estado de falta, estado de privación y de dolor que favorece y suscita, en compensación, la creación de un producto psíquico nuevo.

La alucinación es una respuesta a un estado doloroso de deseo. Voy a explicarme en la pizarra pero desde ahora subrayo que el estado deseante, el estado de falta, está en la base de la experiencia alucinatoria. Y a la inversa, la alucinación es siempre la expresión de un deseo. La fórmula consagrada es la siguiente: la alucinación es un modo en el cual el deseo se realiza. El deseo puede realizarse de otras maneras. Otros productos psíquicos realizan o cumplen el deseo, pero la alucinación es, tal vez, el más típico, el más puro.

Y añado que si hoy abordo el problema de la alucinación bajo el ángulo del deseo, también habría hablado de la alucinación si el tema hubiera sido el deseo. Porque en el momento en que Freud formula la noción de deseo recurre al concepto de alucinación o, más exactamente, de: realización alucinatoria del deseo.

En resumen, desde un punto de vista clínico cara al paciente alucinado, se trata de pensar el deseo como un estado de falta y de privación que favorece la alucinación; y desde un punto de vista más teórico, pensar la alucinación como el modelo teórico más acabado de una realización del deseo.

Antes de pasar a la pizarra, una precisión muy importante: este estado de deseo que está en el origen del fenómeno alucinatorio es el estado que nosotros tratamos de recrear en el marco de la cura psicoanalítica.

Vamos a la pizarra:

Esquema explicativo de la alucinación como realización del deseo que nos servirá de base para explicar los otros dos aspectos subjetivos que son el Moi y la certeza.

El aparato psíquico es un doble del aparato reflejo.

esquema

 

Ahora, pueden cubrir este dibujo con un papel de calco y colocar una cruz en el lugar de cada elemento. Es decir, lo que van a hacer es sustituir la realidad de cada elemento por una huella dejada en la memoria.

Privamos al aparato reflejo de su realidad externa. ¿Qué es el deseo? El deseo es un estado de tensión psíquica interna, que pretende resolverse con una respuesta virtual, con una descarga virtual que puede atenuar la tensión pero que no la hace desaparecer realmente. La tensión está siempre ahí. Para el psicoanálisis, nuestro aparato psíquico está constantemente en estado de tensión.

En otros términos: nuestro aparato psíquico está siempre en estado de deseo. De un deseo que no llega a satisfacerse, ya que las descargas son más o menos virtuales. Deseo insatisfecho pues. Bien, la alucinación es una solución virtual, una tentativa de resolver el deseo. Ahora bien, como el deseo está siempre insatisfecho, decimos que la alucinación es la realización de un deseo insatisfecho.

He aquí el primer resultado de un esquema que sitúa la alucinación en un punto de vista metapsicológico. Modifiquémoslo ahora para introducir el Moi, más exactamente, una operación, un movimiento del Moi que se revelará decisivo en la mayoría de las teorías de la alucinación influenciadas por la teoría freudiana: me refiero al mecanismo de proyección. Henry Ey y Claude –según sus escritos– harán del mecanismo de proyección el concepto que reúne, a su entender, la diversidad de las formas alucinatorias.

Ahora bien, es Freud el primero que establece las bases del concepto de proyección. Y es Lacan quien, a partir del concepto de proyección, forjará lo que a menudo oímos hoy pero no siempre usado de forma apropiada, a saber: el concepto de forclusión.

En un pequeño texto de una notable precisión, Freud trata de explicar el mecanismo psíquico que provoca una alucinación auditiva y visual, en una Joven alcanzada por un episodio de «confusión alucinatoria». En este trabajo, Freud pone las bases del concepto de proyección o de rechazo.

El moi (aparato psíquico) trata de resolver la tensión del deseo no intensificando ni sobreinvistiendo la imagen-recuerdo, sino utilizando un medio demasiado violento y excesivo: el rechazo de la imagen al exterior, afuera. Él (Freud) no utiliza el término proyección —utiliza el término Rechazo.

Este movimiento desesperado del Moi es una tentativa de deshacerse del penoso dolor del deseo; podemos incluso decir que es una tentativa de curación, una tentativa desafortunada de autocuración. Freud la llama Defensa —y considera la psicosis una enfermedad provocada por el propio Moi, en la tentativa de deshacerse del dolor del deseo.

Entonces ¿cómo concebir la alucinación?

Pues bien, la alucinación es el retorno desde fuera, bajo la forma de una imagen percibida —acústica o visual– de la representación del deseo penoso que ha sido expulsado fuera de mí. Es exactamente esta la definición que da Lacan de la Forclusión: el mecanismo de exclusión de un elemento simbólico que reaparece en lo real. La alucinación puede entonces definirse, desde el punto de vista lacaniano, como: la aparición en lo real de un elemento excluido de lo simbólico.

Podemos, pues, concluir diciendo que la alucinación es la expresión clínica de una defensa del Moi contra el dolor del deseo.

  • Antes —desde un punto de vista teórico, metapsicológico— dijimos: es la expresión de un deseo.
  • Ahora —desde un punto de vista más psicopatológico— decimos: es la expresión de una lucha del Moi contra el deseo.

Para precisar mejor el movimiento de proyección —y llegar en seguida al tercer elemento (la certeza)– tomamos el ejemplo de la alucinación onírica descrita por Freud, en su texto Complemento a la teoría del sueño. Este texto, en el cual Freud subraya la importancia del factor conciencia como tema de Investigación, al que deben consagrarse quienes se dediquen a la investigación del sueño, fue comentado a este respecto por H. Ey.

Esquema de la alucinación onírica

La certeza del alucinado

La búsqueda de una definición moderna de alucinación debería empezar por el retorno a la vieja, pero excelente, definición de Esquirol (1817): “Un hombre que tiene la profunda convicción de que percibe una sensación en ese momento, cuando ningún objeto externo —que pudiera excitar esa sensación— está  al alcance de sus sentidos (puede haber objetos interiores que provocan un dolor que no es alucinación), está en  un estado de alucinación.”

Muchos autores de nuestro tiempo han vuelto a esta definición y la aceptan como la mejor base que haya podido darse. Pone el acento en la parte subjetiva, el aspecto sobre el cual convergen: Bergson, Janet, Ey. Lacan. ¿Por qué? Porque introduce el asunto de la certeza o convicción —creencia delirante. Es decir que nos hallamos en presencia de un sujeto dividido entre el que vive, extrañado, su alucinación como fenómeno intermitente, extraño a sí mismo, y el que es atrapado por la alucinación, absorbido por ella.

¿A qué nos lleva la certeza del alucinado?

Esquirol habla de convicción de una sensación sentida, cuando no hay percepción. Otros hablan de convicción de la realidad de la cosa alucinada. Nosotros diremos que la certeza —convicción inquebrantable— lleva a:

  • La exterioridad de la cosa alucinada, y a partir de aquí, a la existencia; la cosa existe porque se sitúa fuera de mí.
  • La existencia de la cosa alucinada: una existencia que no es el resultado de un juicio. La fórmula sería: las voces, por ejemplo, él cree en su existencia. La cuestión para el soñador o alucinado no es saber si el objeto de su visión es real o no. Existe —eso es todo.
  • El sentido de la cosa alucinada: él cree lo que las voces le dicen. La fórmula sería: las voces, él las cree. Lo que interesa al alucinado no es cómo ni por qué hay voces, sino escuchar lo que le dicen o, al contrario, no escucharlas.
  • La certeza de la dirección (Intención): no es sólo la profunda convicción de que las voces existen fuera de mí, sino también que ellas sólo existen para mí, en el sentido de que ellas se dirigen antes que a nadie y sobre todo a mí. La realidad de la alucinación no se define según el criterio de verdadero o falso, sino siguiendo este elemento de la dirección (o intención). Podríamos definir la realidad alucinada como esa realidad que me llama, que significa algo y me significa. En la alucinación no sólo hay una investidura libidinal de una imagen-recuerdo, sino que somos el objeto de una investidura libidinal que viene de fuera. Forjamos una imagen que nos hipnotiza a nosotros mismos.

El alucinado ama su alucinación como a sí mismo.

Retengamos, desde el punto de vista psicoanalítico, tres aspectos esenciales:

  • el tema del deseo,
  • el tema de la proyección,
  • el tema de la certeza.

J.D. Nasio

Traducción: Nati Torres

 

 

(Conferencia dictada en noviembre 1990 por Juan-David Nasio en el Seminario de Psiquiatría biológica, dirigido por el profesor H. Loo. Hospital Psiquiátrico de Sainte Anne. París. Traducida por Nati Torres y publicada con la autorización del autor en Apertura, Cuadernos de Psicoanálisis, nº 7.)