El duelo en tiempos del Coronavirus

Definimos “duelo” como: “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga de sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etcétera”.

En palabras de Freud: “si el objeto no tuviese para el yo una importancia reforzada por millares de lazos, no sería causante de un duelo o de una melancolía” (Freud, 1917/1986, p. 253).

Nuestras vidas están estrechamente ligadas al duelo, desde las primeras separaciones de la madre, en el paso por el complejo de Edipo, cuando se viven las decepciones amorosas… todos ellos son procesos lentos y dolorosos que debiéramos poder elaborar para seguir adelante, sin arrastrar dolor.

En este sentido, está siendo especialmente relevante la experiencia que estamos viviendo con la irrupción en nuestras vidas del virus COVID-19.

Desde principios de 2020 estamos experimentando algo insólito e insospechado: la aparición de un virus violento que se ha extendido por el planeta, una pandemia con la que nos estamos viendo obligados a convivir y que nos está cambiando radicalmente la forma de vida; cuando digo “vida” también hablo de “muerte” porque, además de que desde que nacemos podemos morir, en esta pandemia la muerte ha entrado en acción como un torbellino, adoptando un gran protagonismo y mordiendo nuestra cotidianidad de forma incisiva; además parece haberse instalado para recordarnos diariamente cuán mortales y frágiles somos, y cuánto la ignoramos y detestamos mirarla de frente.

Sí, la muerte existe y nadie la puede esquivar, por eso no se habla de ella, ni se la quiere ver, ni en pintura; pero con la pandemia sobre nuestros hombros, muchas familias se han visto obligadas a vivirla de cerca al haber perdido a algún familiar o ser queridos. La humanidad entera está teniendo que vérselas con el duelo y con una realidad muy distinta a la que vivíamos anteriormente a la irrupción de este virus.

Para colmo de males, sin ninguna ética, los telediarios, las redes sociales y el WhatsApp ya se han encargado del resto, introduciendo en nuestros hogares imágenes y contenidos a veces pornográficamente angustiantes, que muestran cómo la más obscena de las telerrealidades exhibe los estragos de un virus que, todavía hoy, sigue siendo un gran desconocido para nosotros y sobre todo para la ciencia.

Estamos inmersos en esta experiencia que supera cualquier ficción, pues tenemos la retina y la memoria bien impregnadas de todas esas fotos fijas de las calles vacías por el confinamiento, de los cadáveres apilados y extraviados por el mapa, del hacinamiento de una agonía desamparada en los pasillos de las UCI, de los aplausos en los balcones y de horas y cifras confusas que nos siguen mostrando la cara más cruda de la muerte.

Y con la muerte de todas esas personas, cercanas o lejanas, con la muerte de proyectos de trabajo o de ocio, con la muerte de una perspectiva de vida mínimamente positiva, han llegado los duelos, inscritos bajo el marco de la falta, de aquello perdido e imposible de reeditar y de recuperar. Porque además hemos perdido muchas otras cosas que se englobaban en la llamada “normalidad” y que ahora echamos de menos porque no están más o han sido prohibidas: los abrazos, los conciertos multitudinarios, los besos, los viajes, las celebraciones familiares, las terrazas animadas y repletas de gente, las fiestas, las comidas y cenas de amigos, el acercamiento social, la caída de proyectos laborales, de puestos de trabajo, de la economía, de la falta de dinero para sobrevivir… el cierre de gimnasios, teatros, cines… e incluso todos esos ritos funerarios, entierros y velatorios que nos ayudaban a despedirnos de los seres queridos y que nos facilitaban una entrada digna en el duelo. Porque un duelo es a la vez ese estado tan triste en el que nos pone la pérdida de un ser querido (estar de duelo), las costumbres que acompañan ese acontecimiento (funeral, entierro, llevar el luto) y el trabajo psicológico que dicha situación implica (hacer su duelo). Entendemos como “normal” aquel duelo en el que uno es capaz de elaborar la pérdida, cuando el sujeto puede soltar los lazos que le ligan al objeto perdido y, eventualmente, puede investir otros objetos, nuevos.

Freud dice del duelo es un proceso muy complejo que conlleva un gran gasto de energía psíquica; está en el fundamento de un mecanismo sostenido por el deseo como motor”, el mismo motor que nos pone en marcha de nuevo y nos permite seguir viviendo más allá de dicha pérdida. Porque a menudo, durante el proceso de duelo, el sujeto puede experimentar una “pérdida de interés por el mundo exterior y la capacidad de investir un nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto” (Freud, 1917/1986, p. 242).

Se trata de un proceso lento y como dice Freud,que se ejecuta pieza por pieza y como un trabajo de adaptación a la realidad”.

Y es justamente a este trabajo de duelo y de “adaptación a la nueva realidad” a donde nos ha empujado la pandemia. Porque ahora nos toca la tarea de adaptarnos a la nueva situación, psíquica y físicamente, para intentar incorporarla a nuestras vidas, restableciendo el equilibrio entre lo que perdimos y lo que nos queda.

Y en este proceso nos encontraremos con innumerables sensaciones y sentimientos de pena, de extrañeza, de soledad, de dolor, de rabia, de amor y odio, de spleen…

Freud decía que “la hostilidad y el odio son reacciones básicas que experimentamos al tener que lidiar con decepciones y frustraciones”. Pero, para no quedarnos atrapados en el dolor, es fundamental lograr separar el amor del odio.

Trabajar esos duelos y encontrar, no sin esfuerzo, nuevas fórmulas para seguir viviendo es lo que se nos ha cruzado en el camino y lo que nos toca hacer ahora. “Hacernos de goma”, adaptarnos y asimilar poco a poco esta, todavía extraña, realidad a nuestras vidas, nos ayudará en el proceso y evitará que malgastemos nuestra libido, quedándonos anclados en tiempos pasados, evitando que malgastemos la energía de nuestro yo y de nuestro narcisismo.

Resulta ciertamente angustiante, complicado y muy agotador recomponerse ante una realidad carente de todas esas cosas que hemos perdido y que ahora valoramos y echamos de menos, pero justamente es también ahora cuando tenemos la ocasión de establecer nuevos lazos, nuevos vínculos de amor que nos permitan vivir mejor en estos nuevos tiempos.

En este “duelo 2020” tenemos que aprender a renunciar esa normalidad con la que nos identificábamos (nuestra idiosincrasia, porque éramos eso) y que se ha visto seriamente mutilada; tenemos que encontrar los resortes necesarios para seguir viviendo y enlazarnos con este nuevo mundo.  ¿Con o sin mascarilla, con o sin distancia de seguridad, con o sin vacuna? Estas son las preguntas del millón, pero poco a poco se verá, poco a poco iremos encontrando el modo y el camino para ganarle la batalla al sentimiento de ambivalencia y ojalá que al virus también; iremos paso a paso resituándonos y re-subjetivándonos, con mucho amor, y encontrándonos cada vez más cómodos, viviendo con más naturalidad todas las novedades que estamos incorporando.

De otro modo, si el duelo no está bien elaborado y no logramos desasirnos de la “vieja normalidad” para adaptarnos a la “nueva”, se corre el riesgo de caer en graves fobias y patologías, como la melancolía, que paraliza y coarta a la hora de vivir placenteramente. Como es sabido, existen casos de gente que ha dejado de salir a la calle (“síndrome de la cabaña”) y de relacionarse, otros en los que las personas se han vuelto paranoicas y compulsivas de la desinfección y de la limpieza, otros incluso han llegado al suicidio… sin olvidar a todos los “negacionistas”, conspiro-paranoicos e irresponsables que se consideran inmortales y se dedican a ponernos en riesgo y a retar al virus y a la muerte en las “fiestas COVID”, como si no fuese con ellos.

La ausencia de “la normalidad” da paso a la presencia de una “otra normalidad” y, como en la alternancia “ausencia-presencia” y del juego del Fort Da, damos cuenta de un verdadero trabajo de duelo al lograr representar una ausencia para así poder desligarnos de la necesidad de su presencia.

Otro duelo por el que transitamos en nuestras vidas es con el que nos encontramos al separamos de nuestros padres, en el “desasimiento de la autoridad parental”, momento también difícil y doloroso, o el duelo que implica pasar el Complejo de Edipo y saber de la castración.

En texto de “Duelo y melancolía” de Freud encontramos la lógica que nos ayuda claramente a entender la ardua tarea que significa elaborar un duelo y renunciar sin resistencias a aquello que pensábamos era nuestro y que ya no está más.

En estos tiempos de pandemia, nos encontraremos con duelos muy diversos que exigirán del trabajo de análisis para paliar el sufrimiento psíquico; tendremos que tramitar lo pulsional con el objetivo de soltar las amarras a las fijaciones libidinales que nos anclan al pasado y al goce y al sufrimiento. Lo que Freud denominó “trabajo de reelaboración durcharbeiten” y para ello necesitaremos tiempo, el tiempo necesario para poder soltar la nostalgia de los tesoros queridos y perdidos.

Cada día, los medios de comunicación nos ametrallan con noticias, nos hablan de cómo el Covid-19 puede llevarse por delante a mucha más gente si no vamos con cuidado, de sus estragos en la economía y en las tasas de paro entre otras; pero estoy convencida de que si luchamos, insistimos y nos reinventamos con sentido común y precaución, cuidando las normas de funcionamiento, de higiene y profilaxis, iremos adaptando nuestras vidas a esa “nueva y severa  normalidad” de la que tanto se habla, articulando vida y muerte quizás con más naturalidad que ahora. Al fin y al cabo, la vida y la muerte van siempre de la mano.

Habrá duelos quizás más solitarios, pero no necesariamente más en soledad, porque muchos de ellos son comunes a todos.

El virus y sus circunstancias han multiplicado exponencialmente los duelos, complicándonos y mucho la tarea de drenar el dolor y poder convertirlo en algo fecundo. En cualquier caso, buscaremos la fórmula que nos permita volver a disfrutar de la vida.

La pandemia nos ha obligado a aceptar unas condiciones nuevas de juego. Hemos integrado todavía más la tecnología a nuestras vidas y las herramientas virtuales nos están ayudando a paliar las ausencias. Hemos aprendido a manejarnos con las videoconferencias, con las sesiones de análisis virtuales o telefónicas… hemos tenido que adaptarnos y ponernos las pilas, los wifis y los auriculares para no morir en el intento. Están las redes sociales en su vertiente positiva y solidaria, ayudando, recogiendo hashtags, mensajes, poemas y palabras que nos han aliviado de tanta pérdida y nos han ayudado a comunicarnos entre nosotros…

Hemos tenido que reinventarnos y encontrar una nueva forma de poner el cuerpo y de dar continuidad a la transferencia, de posibilitar la realización en acto del deseo de analizante y del deseo de analista, dando lugar a que la palabra pueda seguir haciéndose escuchar, salvaguardando el sostén de toda la gente sufriente.

Despedirse de los seres queridos fallecidos y de todas esas cosas integradas en situación vital que teníamos en la “antigua normalidad” están siendo muy difícil, pero estoy segura de que muy pronto aprenderemos a lidiar mejor con la ausencia y con la falta, encontrando nuevas referencias, cuidando más las relaciones con los demás y compartiendo ese tesoro que recoge todas las palabras y significantes que tanto nos alivian.

El duelo es una experiencia singular de reparación única e intransferible en cada sujeto y depende y varía mucho según cómo se inscribe la pérdida en cada persona.

No olvidemos que, como sujetos psíquicos, estamos en constante trabajo de duelo, ya nuestro propio aparato psíquico empieza su fundación en base a las pérdidas y faltas propias de la vida.

Todo duelo es una experiencia de vida y de muerte que forma parte de la historia familiar y de los que vienen después, porque se hablará de quienes ya no están entre nosotros (y que así siguen vivos de alguna manera) y que forman parte de la riqueza simbólica de la familia.

Como nos ha enseñado la pandemia, la vida es una pérdida constante porque implica cambios constantes, nuevas situaciones, nuevas vivencias y circunstancias, encontrándonos con la falta, de lo que fue y ya no es, esa misma falta que pone en marcha el motor del deseo, ayudándonos a seguir vivos y a avanzar.

Como diría Freud: “si vis vitam, para morten”: si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte». (1915).

 

Irma Bouyat es estudiante del Máster en Teoría y Práctica Psicoanalítica que se imparte en Apertura