“El psicoanálisis y la cultura”. En el ámbito psicoanalítico es frecuente encontrarnos con esta expresión y cada vez que la leo no puedo evitar pensar qué propone este enunciado al articular un elemento con el conjunto al que pertenece. Tal proposición equivale a “la manzana y la fruta”, “el haloperidol y los neurolépticos” o “la matemática y la ciencia”, expresándose así la singularidad de un elemento de un conjunto. Si la noción de conjunto singular cubriese este supuesto. Lógicamente, no es así: el conjunto singular no existe: no existe en tanto que el Otro, el conjunto de todos los significantes, la cultura, no es elemento de si mismo, no se contiene a si mismo.

La particularidad del elemento psicoanálisis es lo específico de su producción en relación a otros modos discursivos del Otro: es un discurso que crea la posibilidad y por ende la regulación para la producción de otros textos, en palabras de Foucault y, añadimos, que tal regulación resulta de un modo ético de gozar, el de Freud. Y esta particularidad es la que da un carácter fundacional ético, individual, a esta producción discursiva. Es lo que le da carácter de excepción. La excepción, cito a Deleuze, “es realmente, según una etimología posible del término (ex–capere.), cogida desde fuera, incluida a través de su misma exclusión”. Así, pensamos esta formación discursiva, el psicoanálisis, incluida en el Otro a través de su misma exclusión. Incluida en la relación entre la norma y la excepción.

“La teoría del psicoanálisis en las teorías de la cultura”, “la presencia del psicoanálisis en otras producciones culturales” o “el psicoanálisis en la cultura” parecen expresiones más precisas ya que ubican esta relación entre la norma y la excepción, la formación discursiva la psicoanalítica, en el campo de las producciones del Otro, campo de la generación discursiva. Campo del ser hablante. Porque cultura es todo aquello que viene del campo del Otro, sea cual sea su manifestación, y esto engloba tanto el supuesto origen del lenguaje en el sonido animal como las recientes especulaciones en torno al órgano denominado intersticio.  Propuesto así permite preguntarse por la causa del discurso psicoanalítico y por sus formaciones, por su posición en relación a otras causas, por el carácter de sus producciones, por su actualidad y por su pertinente inscripción en la conceptuación y en la historia del exilio.

Es obvio decir que el psicoanálisis, como cualquier otra producción discursiva, no puede no estar en el lugar que lo ha generado, el de la cultura occidental de la salud mental. El psicoanálisis, en lo que afecta a su consistencia, desarrollo y transmisión, como cualquier otra producción de los seres que hablan, es una producción discursiva más, un discurso con su propias regulaciones, objetos y causas, como lo son el psiquiátrico, el estético, el neurológico, el matemático u otras representaciones del ser o de los campos del saber. Lo peculiar de este discurso es que, por su propia constitución, trabaja, necesariamente, con las producciones de los otros discursos.

El discurso psicoanalítico es una producción cultural más, quizá la que más ha afectado a las otras formaciones en los últimos 120 años. Su origen está en las preguntas que se abrían ante los hechos clínicos para los que la psiquiatría y la neurología no tenían respuesta, cuestiones que Freud aborda en los albores de una formación discursiva que comparte rango, no causa, con lo que representa el pensamiento de Marx: acontecimientos cuya ética posibilita la formación de otros textos y su regulación, evocando de nuevo a Foucault y a Lacan.